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miércoles, 26 de octubre de 2011

El juego de la copa (fragmento)


(Del libro Cuentos de Terror para Franco – Vol. V)

El misterio y las consecuencias que encierra el juego de la copa es un asunto que escapa a la comprensión de cualquiera. Nadie puede comprender —y mucho menos predecir— cómo irá a terminar cada sesión de ese peligroso juego.
El grupo de adolescentes de ese tranquilo pueblo jamás podría haber imaginado que aquella simple ocurrencia iría a terminar en una serie de hechos espeluznantes.
Todo empezó en el colegio, al cual iban los seis chicos y donde cursaban el tercer año. Uno de ellos, Sebastián, invitó ese viernes a los demás para reunirse en su casa a comer unos panchos, tomar unos jugos y jugar a las cartas. Eso era habitual en este grupo. Una vez se reunían en la casa de uno, otra vez en la de aquél, y así iban rotando de casa en casa.
Esta vez, Sebastián los había invitado porque sus padres viajarían ese día por la tarde y no regresarían hasta el domingo, así que él se quedaría con la sola compañía de una de las empleadas de la casa, una señora mayor que vivía en una casita en los fondos de la quinta.
La casa de Sebastián se encontraba en las afueras del pueblo, a unos dos kilómetros. Sus padres, de buena posición económica, eran gente de campo y tenían diferentes cultivos y ganado de todo tipo. La gran casa de dos pisos ubicada en pleno campo estaba rodeada por una inmensa arboleda, galpones, tinglados y corrales. Un pequeño arroyito fangoso serpenteaba a unos cincuenta metros del casco.
Hacia el anochecer de ese viernes, los amigos fueron llegando. Todos en bicicleta. Primero lo hizo Federico, más tarde apareció María y por último llegaron Zulma y sus primos, los mellizos Collmann, Felipe y Carlos.
Mientras Sebastián, con la ayuda de María, ponía a hervir las salchichas, Federico agarró la guitarra y comenzó a puntear algunos acordes. Enseguida ya arrancó con algunas canciones, y casi todos se pusieron a corear o tararear, acompañando las melodías. Al rato prepararon la mesa, y cuando los panchos estuvieron listos se terminó la música y se sentaron a comer.
Todo era alegría, risas, chistes y cargadas por alguna mala respuesta a la pregunta de la profesora, por algún metejón con una de segundo año, y todo ese tipo de cosas. A eso de las diez de la noche comenzaron a  jugar a la loba, y eso se extendió por dos horas más o menos, hasta que en un momento Felipe propuso:
—Che, ¿no quieren jugar un juego fantástico, pero medio terrorífico…?
—¿Qué juego? —preguntó uno.
—El juego de la copa —contestó Felipe.
—Ah, sí, yo escuché hablar de eso, pero es peligroso…—dijo María.
—¿De qué se trata…? —preguntó Zulma.
—Es un juego donde se invocan espíritus y se le preguntan cosas…—respondió Felipe.
—Y vos… ¿dónde aprendiste ese juego? —le preguntaron a Felipe.
—Lo leí en un libro, además lo jugué algunas veces cuando estuve en la casa de unos parientes en el Sur.
Y ahí se armó una discusión un poco seria y un poco en broma, algunos cargando a los otros, con que podría aparecer un espectro maligno y asesinarlos a todos; otro que decía que si se invocaba a un espíritu podría ocurrir que después no quisiera irse de la casa, y por tanto el lugar quedaría embrujado. El asunto fue que estuvieron más de media hora discutiendo, haciéndose bromas y algunos proponiendo que no pasaría nada y que era una linda noche para jugar a algo diferente.
Como siempre ocurre, la curiosidad unida a la atracción del misterio pudieron más, y por tanto se decidió que jugarían. La única que se opuso en todo momento y jugó de mala gana fue María.
—¿Y con qué se juega? —preguntó Federico, que no tenía ni idea del asunto.
—Bueno… los elementos del juego se pueden comprar, se compone de un cartón grande con números y letras y una copa de cristal, pero yo sé cómo puede armarse uno, algo casero —explicó Felipe.
—¿Con qué vas a armar el juego? —le preguntaron.
—Se necesita una mesa redonda, papel, una birome y una copa de cristal. ¿Tienen copa de cristal? —le preguntó Felipe a Sebastián.
—Sí. Mi mamá tiene un juego de seis copas muy finas, pero lo mezquina más que a nosotros, así que si llegás a romper una, el lunes venís, le explicás y te hacés cargo —bromeó Sebastián—. Están escondidas en el ropero. Voy a buscar una.
—¿Qué se hace con la copa? —preguntó María, la más temerosa de todos.
—La copa es la que responde las preguntas. Hay que colocarla boca abajo. Se desplaza en la mesa marcando las letras o números y formando palabra o cifras. Es la conexión de lo terrenal con lo espiritual.
María se quedó callada, intrigada y muy pensativa.
Enseguida nomás, Felipe se puso a cortar una hoja, formando un montón de papelitos cuadrados. Luego escribió una letra mayúscula en cada uno hasta completar todo el abecedario, y terminó de armar el juego, escribiendo uno por uno los números del cero al nueve. Los demás miraban intrigados y cada tanto, preguntaban algo o hacían bromas. Felipe no decía nada y seguía adelante, hasta que por fin anunció:
—Bueno, ahora vamos a acomodar el juego y cada uno debe sentarse alrededor de la mesa.
Y todos se sentaron alrededor de la mesa redonda de la cocina, mientras Felipe —ya sentado— colocaba en un círculo completo los papelitos, ordenados alfabéticamente, y luego de la zeta, los números del cero al nueve. Este último cerraba el círculo, ubicándose al lado de la letra A. La copa —boca abajo— fue ubicada en el centro de la mesa.
—Bueno, ahora ya estamos listos para empezar —dijo Felipe y comenzó a explicar de qué se trataba—. A partir de ahora tenemos que ponernos serios, y el que no quiera jugar o se va a poner a bromear o molestar durante el juego, mejor que no se siente a la mesa. Tenemos que apagar la radio y todo debe quedar en total silencio. Cada uno debe concentrarse en alguna persona querida que haya muerto y con la cual quisiera volver a hablar.
—¿Ehh? ¿Qué decís…? —dijo María.
—¿Qué tomaste? —lo cargó Sebastián—. ¿Cómo vamos a hablar con los muertos?
—Bueno, ya les dije que a partir de ahora se terminaban las bromas. O lo tomamos en serio, como debe ser, o lo dejamos. ¿Qué quieren hacer? ¿Jugamos o no? —advirtió y preguntó con severidad Felipe.
Ahí se armó otra discusión medio seria y medio en broma, hasta que uno preguntó:
—Che, Felipe... ¿vos vas a hacer de médium?
—No —respondió— yo únicamente estoy organizando el juego. Si participa un médium de verdad, la cosa es mucho más seria y... peligrosa. Cuando participa un médium, la sesión ya es un asunto donde hasta puede aparecer un ectoplasma...
—¡¿Quéééé?! ¿Ectoqué...?
—Ectoplasma. Es una emanación material del médium que se transfigura en un cuerpo entero o...
—No, che, dejémonos de embromar con estas cosas, yo tengo miedo —dijo María— mejor sigamos jugando a la loba.
—Quedate tranquila, María, que aquí no hay posibilidades ni peligro de que aparezca un ectoplasma ni nada parecido, porque para eso la persona que hace de médium tiene que tener poderes —tranquilizó Felipe.
Luego de un breve intercambio de opiniones y nuevas cargadas, todos aceptaron que se pondrían definitivamente serios y concentrados.
Ya sentados los seis, Felipe ordenó tomarse de las manos y apoyarlas sobre el borde de la mesa. Debían cerrar los ojos y concentrarse en el ser querido muerto. Luego preguntó quién quería ser el primero en invocar a un espíritu. Se hizo un silencio, porque a todos ya empezó a invadirlos el miedo.
—¡Yo! —dijo Zulma—. Yo quiero invocar a mi tía Irma, una hermana de mi mamá, que me quería mucho y era muy buenita. Murió cuando yo tenía diez años y ella treinta. Le agarró una enfermedad muy fea.
—Está bien —dijo Felipe— ahora debés concentrarte muy profundamente en tu tía, y todo el mundo debe hacer silencio absoluto y pensar también en la tía de Zulma... ¿Cómo se llamaba tu tía?
—Irma —contestó Zulma.
—Bueno, ahora debés preguntar a tu tía Irma si está en la casa, en esta casa. Y si está, que envíe o se anuncie con una señal.
—¿Eh...? ¿Qué señal...?
—Vos preguntá lo que yo te digo, que la señal vendrá de cualquier manera.
—Tía Irma,... si estás aquí, enviá una señal, te habla tu sobrina Zulma...
—No hace falta que le aclares quien sos, los espíritus saben todo —aleccionó Felipe.
Un silencio reinaba en la cocina. Apenas se oía el soplar del viento afuera, que a decir verdad, agregaba algo tétrico e imponía mayor julepe a ese ambiente.
—Llamala de nuevo. A veces hay que repetir el llamado hasta tres veces. Pero más de eso no conviene, porque puede resultar complicado —explicó Felipe.
—Tía,... tía Irma, si estás aquí, enviá una señal...
Silencio absoluto. Pasan los segundos y todos están con los ojos cerrados, concentrados, esperando la señal. Cada tanto alguno de los participantes abre apenas los párpados, como para espiar si alguien también está mirando. Al ver que nadie mira, inmediatamente los vuelve a cerrar.
—Ultimo intento —dice Felipe.
—Tía,... tía Irma, si estás aquí, enviá una señal...
¡Toc, toc, toc!, golpes en la puerta. ¡Alguien golpeaba la puerta!
El salto que dieron todos en la silla fue automático. Los rostros quedaron blancos como la leche, y en eso se escuchó una voz:
—¡Seba! ¡Sebastián! ¡Soy yo, Carmen!
Era la señora que vivía en la casita del fondo. La empleada y encargada de la casa.
Sebastián los tranquilizó a todos y fue a abrir la puerta. La mujer entró y habló,
—Sebastián, vengo a preguntarte si te animás a quedarte con tus amigos, porque me avisaron que a mi mamá la internaron en el hospital del pueblo, yo quiero ir a verla y... también quedarme con ella a cuidarla, sólo por esta noche...
—No hay problema, doña Carmen, vaya tranquila nomás, que me quedo con mis amigos. Ellos se quedarán a dormir.
—Gracias, Sebastián —dijo la mujer y se marchó.
Después de la partida, todos aflojaron sus tensiones y se largaron a reír y a cargarse por el terrible susto que se llevaron.
Enseguida reiniciaron el juego. Felipe retomó la palabra:
—Bueno, esto suele ocurrir, que se invoque a algún espíritu y no quiera descender. Habrá que llamar a otro. ¿Quién quiere llamar?
Todos se miraron en silencio. Todos los rostros reflejaban cierta preocupación, mezclada con mucha intriga y por supuesto... un poco de miedo. Hasta que uno se animó:
—Yo voy a llamar a mi primo Rodolfo —dijo Sebastián— que se murió a los diez años en un accidente...
—No, no es conveniente llamar a un espíritu así, porque es un angelito. Así lo leí en el libro.
—Bueno, entonces voy a invocar al espíritu de mi abuelo —propuso de nuevo Sebastián—. Se murió hace tres años.
Nuevamente todos se pusieron serios y concentrados. Cerraron los ojos y tomándose de las manos, al cabo de unos segundos, escucharon la invocación de Sebastián:
—Abuelito,... abuelito, si estás aquí, dame una señal...
Y en ese instante se escuchó reventar el foco del comedor y el ruido de los vidrios cayendo en el piso. Todos dieron un salto en sus sillas y abrieron los ojos, mirando hacia todas partes. Y Felipe habló de nuevo:
—No se suelten las manos, ésa fue la señal de que el abuelo de Sebastián está aquí con nosotros. Ahora tenés que preguntarle algo y todos nosotros nos soltamos las manos y ponemos el dedo índice derecho muy cerquita del borde de la copa; ojo, no hay que tocarla.
Y todos obedecieron. Los seis dedos índices rodeaban la copa, mientras Sebastián en voz alta hacía la pregunta a su abuelo:
—Abuelito,... después de que te moriste, los ocho primos nos peleábamos por llevar tu piano, y la abuela nos dijo que vos querías que fuera para la prima Laura... ¿es cierto eso?
Y la copa —sin que nadie la tocara— comenzó a moverse en la mesa y fue hasta la S y luego hasta la I. La respuesta era: SÍ.
—¿La querías más a ella que a los demás?
Y la copa señaló: NO.
—¿Y por qué entonces se lo regalaste a ella?
Y la copa recorrió de aquí para allá el abecedario, hasta formar la frase: PORQUE ERA LA ÚNICA QUE SABÍA TOCAR.
Y todos estallaron en carcajadas. Felipe pidió silencio y prosiguieron con el juego. A las siguientes preguntas, el espíritu respondió con igual exactitud, hasta que al parecer se marchó, porque ya no había señales de su presencia y la copa no se movía ante cada pregunta.
—¿Alguien quiere invocar...? —preguntó Felipe.
—Yo quiero invocar a mi prima Cristina... —dijo con un tono sombrío Federico.
Y todos se miraron con preocupación e intriga. Sabían que Cristina había muerto trágicamente hacía un año, cuando estaba por terminar el colegio secundario. La mató su novio, porque estaba enloquecido y enfermo de los celos. El padre de Cristina no aguantó el dolor y, antes de que la policía lo pudiera apresar, mató al novio.
Fue una doble tragedia que conmovió a ese pueblo, porque tanto el novio como la novia eran conocidos y queridos por muchos. Además, las familias de ambos se visitaban y ya hablaban con alegría del futuro casamiento de sus hijos, cuando ocurrió ese terrible hecho.
El padre de la novia se entregó a la policía luego de matar al muchacho, pero terminó encerrado en un manicomio, porque quedó completamente loco de dolor. Por supuesto, como siempre ocurre, después de la tragedia todo el mundo hablaba sobre esa relación amorosa, y aseguraban que el muchacho siempre la amenazaba y la maltrataba. Era tan celoso que le molestaba inclusive que hablara con sus amigas y compañeras.
—Bueno, hagamos silencio para que Federico haga la invocación —pidió Felipe.
Todos cerraron sus ojos, se apretaron las manos y se concentraron. Luego de unos segundos:
—Cristina, si estás aquí enviame una señal...
Silencio.
—Cristi... me gustaría que estuvieras aquí, nadie te olvidó. Si estás...
Y la hoja de una ventana que estaba abierta, se cerró con violencia.
—Ésa es la señal —dijo Felipe— ahora todos ponemos nuestros dedos como hoy. Tu prima ya está aquí, así que podes comenzar con las preguntas.
—Cristina... si estás aquí y me estás escuchando, quiero decirte que todos te extrañamos y nadie te olvidó —y unas lágrimas empezaron a correr por las mejillas de Federico—, que nos da mucha rabia lo que pasó, porque todos teníamos el presentimiento de que ese loco de Rubén alguna vez haría algo malo. Siempre te amenazaba y hasta tenía celos de nosotros, tus primos. Bueno... ahora quiero preguntarte si ahí, en el cielo o donde sea que estás... ¿lo ves al desgraciado de Rubén?
Y la copa comenzó a desplazarse hasta la letra N y luego la O.
—Ese desgraciado debe de estar en el infierno... —habló Federico, pero sin que eso fuera una pregunta para el espíritu; sin embargo la copa comenzó a desplazarse, y todos se sorprendieron, se miraron y vieron como la copa iba de una letra a otra hasta formar la palabra: CUÍDENSE.
Ahí sí que todos se removieron en sus sillas y se miraron con mucha preocupación.
—¿Qué querés decir,... Cristina? ¿Tenemos que cuidarnos de Rubén?
Y la copa respondió: SÍ.
—¿Quién tiene que cuidarse...?
TODOS MIS FAMILIARES —respondió la copa.
—¿Y... yo también?
CLARO, BOBO, SOS MI PRIMO —marcó la copa.
—¿Rubén... nos puede hacer algo?
SÍ —marcó la copa.
—¿Y qué... qué nos puede hacer?
Y la copa comenzó a desplazarse con mayor rapidez, marcando una letra tras otra, como si fuera una máquina de escribir: ES UN ALMA EN PENA respondió, y luego de una muy breve pausa, antes de que Federico volviera a preguntar algo, agregó: ES PELIGROSO.
¡Mamita querida! Ahí sí que el miedo ya se hizo carne y María se levantó diciendo que no jugaría más y también Sebastián, muy asustado, dijo:
—Che, basta con este juego, yo tengo miedo, aparte mirá si el espíritu se queda en mi casa... ¿qué hago?
Y en ese breve instante de desconcentración, un florero que estaba arriba de la heladera estalló en mil pedazos, provocando un susto de padre y señor nuestro a todos.
—Creo que tengo una mala noticia para todos —dijo Felipe—. No se puede abandonar el juego hasta que los espíritus hayan partido. Puede ser muy peligroso si se abandona antes. Vamos a decidir entre todos.
Se armó una gran discusión, y ahora ya participaban todos. María y Zulma no querían saber nada de seguir. El hermano de Felipe no decía nada y Sebastián —nervioso y asustado— exclamó:
—¡No, no! Si es así, sigamos jugando, yo tengo que seguir viviendo en esta casa. ¿Y si el espíritu se queda? ¿Eh? ¿Qué hago?
—Yo quiero seguir el juego. Quiero saber cuál es el peligro... —habló Federico con tono grave y la mirada perdida.
Felipe explicó lo que podría pasar si se abandonaba el juego de esa manera, con lo que todos se convencieron rápidamente y retomaron sus posiciones.
De nuevo alrededor de la mesa, concentrados y con los dedos rodeando la copa, reanudaron el juego.
—¿Seguís acá, Cristina...? —preguntó Federico.
SÍ —respondió la copa.
—Quiero saber más de lo que dijiste sobre Rubén... —empezó diciendo Federico, pero el movimiento de la copa lo interrumpió. Con el silencio apenas quebrado por el sonido de la copa rozando la mesa, veían cómo se movía rápidamente, marcando:
AHORA ÉL ESTÁ AQUÍ.
—¿Cómo... cómo que él está aquí?
SÍ —marcó de nuevo y agregó— SU ALMA NO SE RESIGNÓ Y SIGUE EN LA TIERRA PARA VENGARSE (…)

9 comentarios:

  1. holaa, muy buenas historias, te dejo mi dire de blog es: escritoroscuro.blogspot.com, ya te sigo, saludos

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  2. eww esta para cagarse de miedo .... :) y jugarlooo

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  3. wou esta muy bueno el cuento que miedo sera jugarlo POSDATA : la miedosa jajajaja (...)

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  4. Hugo está muy buena la historia y a mi me cuesta leer y la verdad me encanto leer esta tan querido libro que creaste... Si alguien me puede decir otro libro o aconsejar pata leer

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  5. creo que enves de dar miedo y no querer jugar a la copa te da mas ganas de jugar a copa cre que a todos le paso lo mismo no

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